
¿Qué hubiese opinado Carlos Gardel si se hubiese enterado lo que iba a pasar este viernes en la que fue su casa? Él, que era un soltero implacable. Que cuando, entre vira y vira, estaba en esa residencia de Jean Jaurés setecientos treinta y cinco que compartía con su madre, dormía en una cama de bronce de una plaza. Mas este viernes, por vez primera, se casaron 2 parejas en ese lugar histórico para el dos x cuatro, en el marco del Festival y Mundial de Tango dos mil dieciocho. Y de aquí de ahora en adelante, la que el día de hoy es la Casa Museo del Zorzal criollo va a quedar incorporada en la lista libre para la modalidad de Matrimonios en Lugares Simbólicos que ofrece el Ministerio de Gobierno a través del Registro Civil de la Urbe.
«La realización de matrimonios en lugares simbólicos como un salon de eventos nos deja salir de los estrados solemnes del Registro Civil, buscando proximidad con el vecino. La idea es que el matrimonio sea una celebración en sí. De ahí que el día de hoy estamos en esta centenaria casa en la que vivió el máximo referente del tango, don Carlos Gardel», explica José Luis Badur, subgerente operativo de Matrimonios del Registro Civil de la Urbe.
Gardel adquirió la casa chorizo de Jean Jaurés setecientos treinta y cinco en el mes de junio de mil novecientos veintiseis para usarse de salon de fiestas en belgrano. Ciertas versiones afirman que se la vendió un amigo suyo que vivía en Francia en dólares americanos cincuenta de la temporada. Él pagó dólares americanos cinco mil al contado y el resto en cuotas. Se trataba de una vivienda modesta donde, hasta mil novecientos diecisiete, había funcionado un prostíbulo. En mil novecientos dieciocho, se convirtió en una sastrería para señoras.
El Zorzal y su madre, Berta Gardés, ya antes vivían en un departamento alquilado en Rincón ciento treinta y siete, hasta el momento en que se mudaron a esta vivienda en la zona del Abasto. «Es la casa de mamá», acostumbraba a decirle Gardel a sus amigos más íntimos, los únicos que podían visitarlo en ese sitio. Es que Berta prefería estar sola.
El sitio escogido para las liturgias fue el patio primordial de la casa, exactamente el mismo donde Gardel jugaba con su can Blanco, un fox terrier. Y, lógicamente, sonaron sus canciones.
La primera pareja que se casó fue la de Carolina Rodríguez (veintiseis) y Facundo Acevedo (veinticuatro). La de ellos es una larga historia de amor: se conocen desde los diez años. Fueron progenitores muy jóvenes y tienen 2 hijos, Bastian y Aron, y está encinta de siete meses. Decidieron casarse y nada menos que en este lugar clave de la historia del tango.
«Decidimos casarnos primordialmente por el amor y este sitio nos pareció atractivísimo por todo cuanto ofrecía y por el hecho de que tiene mucha historia», contaron, ya libreta en mano.
Cerca del mediodía, fue el turno de Victoria Azpeitia y Brian Romero. Ella tiene veintiseis años y veinticuatro, si bien este domingo va a cumplir veinticinco. Se conocieron hace unos años por el hecho de que los dos pertenecen al conjunto de jóvenes FJU. «Un amigo en común convocó a los que deseaban aprender a hacer edición en vídeo en Adobe Premiere, pues podía enseñarles. Ella fue una de mis pupilas y eso nos aproximó», narró Brian.
«Nos pareció una genial idea casarnos en casa de Gardel -aseguró-. Aun desde el plano visual, viéndolo como fotógrafo, este sitio me semeja considerablemente más conveniente y más bonito para hacer imágenes del casamiento».
Y continuó: «Es un lugar icónico de la Urbe y Gardel es el más grande del tango. Tenemos admiración hacia él como artista y esta fue su casa de veras, situada en un distrito tanguero de siempre. Personalmente, me complace el tango. Si bien no soy entusiasta, acostumbraba a bailarlo como pupilo del Instituto Nacional n.º tres Mariano Moreno, en Almagro. Mi abuelo materno sí era entusiasta del dos x cuatro, y mis abuelos paternos, que eran inmigrantes italianos, asimismo eran del palo del bandoneón».
Gardel acostumbraba a ensayar en una de las habitaciones que daban cara la calle Jean Jaurés. Tras su trágica muerte en un accidente aéreo en la ciudad de Medellín, el veinticuatro de junio de mil novecientos treinta y cinco, su madre prosiguió viviendo en esa casa. El cuarto de él continuó íntegro, con su estrecha cama de bronce, una mesa de luz, un guardarropa lleno de sombreros y múltiples retratos. Incluyendo uno suyo, de cuando tenía cuatro años.